Las batallas silenciadas by Nieves Muñoz

Las batallas silenciadas by Nieves Muñoz

autor:Nieves Muñoz [Nieves Muñoz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: novela histórica
editor: Edhasa
publicado: 2019-08-01T22:00:00+00:00


Capítulo XV

Trommelfeuer

Bosque de Caures, norte de Verdún, 22 de febrero de 1916

–¡Sébastien!

Abrió los ojos e intentó incorporarse de un salto con el fusil apuntando a la oscuridad, pero no pudo; algo aprisionaba sus extremidades impidiendo cualquier tipo de movimiento. Temblaba. Un dolor intenso le apretó las sienes cuando intentó abrir los párpados y un ruido extraño surgió de su garganta, a medio camino entre el gemido y un gruñido inhumano.

–¿Estás vivo? –La voz de Philippe apartó a empujones el sueño denso en el que Sébastien se había sumido. Su codo aguijoneándole las costillas para que se despertara hizo el resto.

–Ahora sí –se lamentó a media voz mientras arrugaba la nariz. El olor a almendras tostadas y éter, mezcla de los ataques alemanes con gas, era aún intenso, y el miedo, que había empapado los cuerpos de los dieciséis hombres que se hacinaban en el habitáculo, convertía el aire en una manta irrespirable. Se volvió a colocar el pañuelo para intentar protegerse de aquel ambiente tóxico, pero el oxígeno era tan escaso que en vez de conseguir despejarse la cabeza comenzó a darle vueltas. Escuchó el ronquido del hombre que tenía a su derecha al respirar y el gorgoteo de su garganta cerrada. Sébastien volvió a revivir las imágenes de sus compañeros tosiendo hasta destrozarse los pulmones al respirar el gas venenoso y tuvo que retener el vómito que le llegó a la boca.

–Tranquilo, chambérien –le dijo aquella voz familiar que provenía de algún punto cercano–. Solo te has quedado dormido. Creo. El infierno aún nos espera ahí fuera.

Tras el comienzo del bombardeo alemán, su batallón había huido hacia el corazón del bosque de Caures con una consigna clara del coronel Driant: resistir hasta que cayese la noche y pudieran volver a reunirse.

Los destellos de lo ocurrido aquel día seguían inundándole las retinas una y otra vez como un tatuaje grabado con el fuego enemigo. Aquel martilleo constante retumbaba aún en sus oídos. Se habían despertado en él. Los muros de tierra del refugio subterráneo donde dormían habían temblado tanto que todos salieron corriendo de allí como alma que lleva el diablo sin terminar de vestirse. Fuera se encontraron con un cielo cubierto de humo en el que los proyectiles iluminaban su trayectoria con estelas infernales. Hacia ellos. Tierra, árboles y cuerpos despedazados saltaban por los aires y regresaban al suelo, impactando contra los soldados que corrían hacia todas partes. Cobijados bajo cualquier cosa que les sirviera de techo, habían visto cómo los refugios se habían convertido en ataúdes de tierra y alambre de espino tras las explosiones. Las trincheras se tragaban compañías completas. A veces se veían las puntas de las bayonetas como únicos testigos de que los soldados estaban ahí abajo, entre la tierra removida. Cilindros metálicos impactaban contra las lomas y liberaban los gases tóxicos de su interior. Esas nubes, que hacían lagrimear o convertían los pulmones en un charco de sangre, se movían de una trinchera a otra incapacitando a todos aquellos que no tuvieran máscaras de protección a mano.



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